sábado, 7 de enero de 2017

Relato del tiempo viejo y el Año Nuevo.




Se le acabó el tiempo, se fue diciembre. Este pasado mes, en Lleida, casi cada día, el tiempo ha sido brumoso y frío, excepto el martes 6 y el jueves 8; esas jornadas de puente tan cargadas de alegrías y enigmas que de inmediato se nos convirtieron en unas fechas pasadas. El único inconveniente de ese constitucional y glorioso acueducto fue que, al haber cambiado la hora, las tardes, en la ciudad, se abreviaron de golpe. Y es que, en cuanto se distraía uno, el oro pausado del sol de esos citados días y algunos escasos otros, se había esfumado hasta en los balcones y ventanas más altas orientadas al oeste. A las cinco y media de la tarde ya estaba cayendo la noche. Y, en consecuencia, a tan temprana hora, el frío, que se estaba afilando ya en el aire, cortaba como un cuchillo. En esos momentos en los que caía la niebla, me daba la sensación que se detenía el tiempo y había una disputa en mi cuerpo. Una pugna entre el ánimo, todavía caldeado por el tibio sol del cercano invierno, y el desaliento que me llegaba por la brusca noche que emergía en silencio.
Puente Príncipe de Viana

Avanzó diciembre, se presentó el invierno, y según pasaban los días y la Navidad se acercaba, las calles y establecimientos del Eix comercial se vestían de gala. Sin embargo, este año, he tenido la sensación de que la iluminación navideña ha sido blanquecina y escasa. No obstante, esta penuria lumínica, se ha visto aumentada en el carrer Major con unos discos de llamativos colores y algún caracol sencillo y en Rovira Roure o en la plaza Ricard Vinyes, por citar algunos otros viales, gracias a los fluorescentes que animaban sus tiendas e iluminaban a las alegres aceras de sus calles. Y, así, de esta manera, se distinguían y se disolvían las sombras de los viandantes que, entre la niebla, transitaban por ellas. Y sus caras, de lejos borrosas, se volvían incluso precisas, diáfanas, como si estuvieran muy cerca.

El día de Sant Esteve, esa festividad tan nuestra y de esta tierra, cansado de los excesos gastronómicos de los días previos y las pocas horas de sueño, salí tarde a la calle para ir a buscar la prensa. Era casi el mediodía y, a esa hora, no había niebla y quedaban aún, como flotando en el aire, unos débiles rayos de sol que fueron poco a poco desaparecieron tras unas nubes densas. Con el periódico debajo del brazo, anduve un buen rato por el centro observando a la gente que, como yo, deambulaba por ellas. Caminaban despacio, muchos como encogidos de frío y con cierta desgana. Las tiendas estaban cerradas. Y algunos bares abiertos, con escasos clientes, mostraban su espacio vacío y un ambiente festivo de escasa eficiencia. En la plaza Sant Joan, unos pocos padres y una docena de niños, deslizaban sus cuerpos por la pista de hielo, con frialdad e indolencia, al compás de la Danza del Fuego. Llevaba un buen rato contemplando en silencio a una patinadora que ensayaba saltitos y genuflexiones, cuando, de pronto, apareció un chico fornido haciendo cabriolas extrañas. Con las manos en los bolsillos, se aproximó hasta donde estaba la chica y comenzó a patinar a su zaga, al tiempo que giraba con lentitud su cabeza al mismo ritmo que el de ella, mostrando unos ojos brillantes, reconcentrados y fijos, sin pestañear siquiera. Al cabo de un rato me alejé despacio pensando en la escena. Iba caminando, de regreso a casa, y por el aire me seguía llegando la música de Manuel de Falla. Y caí en la cuenta que a la chica solamente pude verle la espalda y sus brazos curvados en un etéreo abrazo, como si quisiera alcanzar a las nubes, esas que había tan densas.
 
Avenida del Segre
Inexorablemente, se agotó su tiempo y murió diciembre. El último día, su último sábado, no tuve motivos para salir a la calle; pues, llevaba unos días con vértigo. Y cuando suceden hechos como éste, cuando lo que no esperas sobreviene y sorprende, sospechas que lo verosímil, lo cotidiano, como es un molesto achaque en tu cuerpo o un cambio de año, se vuelve un poco irreal, algo quimérico y quizá hasta incierto. Y eso que todo permanece idéntico y, sin embargo, todo ha cambiado; pues hay un nuevo número en el calendario y uno se siente indispuesto.

Y tras la partida del año viejo, rompió el día en el año nuevo. Amaneció gris y frío, con una niebla meona y fina que, empujada por un ligero viento, rozaba la cara de los cristales de la ventana por la que contemplaba, ese día, el paso del tiempo. La luz era débil, el cielo muy bajo, y en el horizonte inmediato resaltaban las negras ramas de los árboles del cauce del Segre, que ya han perdido todas las hojas del vestido que lucen hasta que llega el invierno. Unas pocas personas cruzaban por la pasarela cambiando de barrio.
Llevamos ya muchos días sin poder ver el sol. No hay otro espacio, la vida es un camino entre ciclos y ritmos de espera. Quizá tengamos que aprender de la infinita paciencia de la naturaleza y dar tiempo al tiempo, pero… ¿hasta cuándo? Hemos comenzado un Año Nuevo, con el tiempo viejo.

Miré al infinito que se divisa desde el balcón de mi casa, sin poder ver el cielo. Me invadió la tristeza, fue un despertador silencioso que me sonó muy dentro. Mi padre murió el primer día del Año Nuevo,  y mi madre nació el día siguiente del calendario, uno y otro, hace ya muchos años. Y, sin embargo, no tengo palabras para expresar lo que siento, a pesar del paso tiempo.

4 comentarios:

  1. Muy bien Juan antonio,me gusta lo que dices de la niebla,que es meona,enigmática,finay que el viento la empuja.Soy una enamorada de Lleida y de todas sus cosas buenas y malas,la niebla és muy nuestra, yo la amo,sin embargo ya tengo ganas de ver el sol.
    Saludos, Meritxell

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  2. Veo en tus palabras que todavía no estás anímicamente recuperado. Pero utilizando una de las frases que más me han gustado de tu texto "quizá tengamos que aprender de la infinita paciencia de la naturaleza y dar tiempo al tiempo". No debes preocuparte en exceso, las cosas fluyen por sí solas. Aprovecha el tiempo, todo lo demás tiene solución.
    Besos
    Francesca

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  3. Querido Juan Antonio: Te ha salido un texto muy melancólico muy acorde con la meteorología, pero siempre con un punto de profundidad que invita a la reflexión.
    Como sé que tu mejora y el sol futuro que saldrá un día te invitarán de nuevo a escribir, espero el texto complementario: reluciente y lleno de vida esperanzada.
    Un abrazo
    Merche

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