No sé si es la sociedad del mundo en que vivimos la que con sus
tecnologías, ideologías y delirios nos está desconectando a unos de otros o
somos las propias personas individualmente, las que con la actual tendencia a
aferrarnos a hábitos individuales y rutinas perjudiciales, estamos originando
que todo vaya cambiando a un ritmo acelerado en nuestra sociedad y debilitando
los vínculos humanos. No lo sé, pero lo que si constato, es que la libertad
intelectual, la cohesión social, los principios democráticos, la convivencia
etc., que con tanto esfuerzo se fueron construyendo, se están disolviendo con
tan vertiginosa rapidez como un azucarillo en el café de la mañana. Y, a su
vez, tengo la impresión de que la perpleja incertidumbre individual y colectiva
en la que vivimos, se está desarrollando y expandiendo a gran velocidad por
medio de las continuas y sorprendentes mentiras, eufemísticamente denominadas fake news, que erosionan la confianza,
polarizan el debate público, generan odio, fomentan la intolerancia y facilitan
el advenimiento de la violencia, de las guerras con sus absurdas
justificaciones, los asesinatos por los más espurios motivos, las violaciones
de la legalidad vigente y la manipulación de los medios de comunicación por
determinados poderes económicos empresariales. Y es que nos hallamos inmersos
en plena era de la desinformación y posverdad, caminando en medio de una niebla
retórica de la peor especie, en la que la galaxia de partidos de ultraderecha
europeos tienen más apoyo hoy que nunca en cuatro décadas y el fascismo fascina
nuevamente a amplios sectores jóvenes y no tan jóvenes de la sociedad. Por
ello, aunque seguimos avanzando… ¿sabemos hacia dónde vamos?La Mañana 29.01.2024
Después de vencer a la Covid 19 y considerar que lo peor había pasado, pues la pandemia nos había hecho más conscientes de nuestra fragilidad e interdependencia, el planeta ha sufrido y/o sufre ahora, entre otras calamidades, la irracional invasión de Rusia sobre Ucrania, la cruel guerra de Gaza, los terremotos de Turquía y de Marruecos, diversas matanzas de inocentes en calles e instituciones de EE UU, algunos atentados yihadistas y de la extrema derecha en países de la UE, prolongadas sequías, incendios, inundaciones, erupciones volcánicas... Desastres y cataclismos, todos ellos, que se suceden como si el Dios bíblico castigara con unas nuevas plagas nuestras inhumanas acciones humanas. Vivimos sumergidos por un flujo continuo de informaciones catastróficas que nos provoca ansiedades, miedos, servilismos... Un diluvio de incertidumbres que nos abruma y que pensamos que nunca terminará. Y es en este cielo pesado y cargado de nocivas noticias, en el que las continuas imágenes sobre incompresibles conflictos armados que nos muestran a miles de mujeres y niños inocentes destrozados por las bombas y los variados desastres naturales, comienzan a tener un impacto real en la salud mental de los ciudadanos. Y además, radios, TVs, redes sociales, información de todo, en todos lados todo el tiempo, logran que cada vez haya más personas vulnerables que sin darse cuenta, están siendo interesadamente adoctrinadas frente a las pantallas, accediendo a un gran basurero de estafas, vilezas y odios escondidos. Consecuencia de todo ello, es la alineación mental del individuo, cuya conciencia se va formando en base a la ilusión de veracidad que engañosamente se cuenta cada uno a sí mismo. Una forma de conocimiento asimilable por la actual doxa que vehicula creencias en las mentes de las personas y nos sumerge en el escepticismo, desconfianza e inseguridad con espejismos y falacias. Generando una confusión mental que invade a la sociedad de la llamada gente normal, en una distopía que opera a partir del mandato paradójico; o sea, decir todo y su contrario al mismo tiempo, dando la apariencia de un “razonamiento lógico”.
Estamos literalmente construyendo una sociedad de alienados e irreflexivos ciudadanos encerrados en una jaula digital, como si la normalidad y la alienación hubieran formado una carretera de circunvalación paralela a la realidad que nos circunda. Y esta doble confusión mental y emocional, a mi modo de ver, hace que el individuo difícilmente sea capaz de pensar por sí mismo. A la luz de esta defactualización sobre la actual supuesta realidad, me pregunto si continúa siendo posible la esperanza. Y me lo cuestiono porque la esperanza es una idea optimista. No obstante, creo que la actual situación, no debe ser planteada, ni a título individual ni colectivamente como sociedad, en términos de optimismo o pesimismo. Pues no actuamos porque seamos optimistas, ni por el contrario porque seamos pesimistas, sino porque en cualquier circunstancia, debemos hacer lo que tenemos que hacer individual y colectivamente. En este contexto, aunque Albert Camus creía que, pese a todo, en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio, a estas alturas de la historia no está claro si el ser humano es ya un animal doméstico o tiene todavía a medio cocer sus instintos más salvajes. Y es que, quizás, todos los individuos y todas las sociedades somos en el fondo una cosa, y la opuesta, según se mire… To be, or not to be: that is the question.