Desde la
materia inorgánica, pasando por los seres unicelulares, hasta el mundo actual
de las especies orgánicas bien diferenciadas, podemos contemplar un proceso
lento y complejo, rematado por la presencia de esa “especie superior humana”.
Una “materia orgánica altamente organizada”, que ha tenido que sufrir mil
mutaciones y comportamientos diversos. Y podemos convenir en que las
necesidades vitales de nuestra especie han presentado diferentes matices, según
su momentánea estructura y los condicionamientos físicos de su entorno.
Teniendo en cuenta esta evolución orgánica de nuestra especie, no es de
extrañar que nos sorprendamos al constatar la endeblez de ciertos protocolos
sobre la condición humana que mueven al mundo civilizado actual. La foto adjunta creo que sirve para meditar sobre la “humana” inhumanidad de nuestra especie.
El
ser humano actual, sobre todo y ante todo el poderoso, a pesar de sus creencias
en ciertos dioses y derechos humanos, sigue siendo el mismo organismo
depredador histórico, siempre en guardia frente a su hermano el ser humano
normal. De poco le sirve al débil recurrir ante el fuerte sólo con razones
éticas. Es decir, con la fuerza de la razón, para defenderse de su opresión,
“razón de la fuerza”; ya que en nuestra conducta animal no hay más verdad que
la que logra imponerse a los demás por la fuerza”. Y…, nos guste o no
reconocerlo, la vida actual del ser humano en la Tierra sigue siendo así:
animal, depredadora y controlada por la razón de la fuerza. Una fuerza y un
poder materializado, hoy en día, por las
grandes multinacionales y oligopolios depredadores de riquezas y beneficios, al
coste que sea necesario; aunque quieran hacernos ver que parezca lo contrario.
Quizá la
inhumanidad sea perenne en la naturaleza humana. Y quizá tenía razón tenía
George Bernard Shaw, cuando nos dijo que “El
peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con
indiferencia”. Y esa es la esencia de nuestra inhumanidad.
Buenas noches,
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