lunes, 29 de abril de 2013

Concebido

“Ayer soñé que veía a Dios y que Dios hablaba, y soñé que Dios me oía... Después soñé que soñaba”
Antonio Machado

Hace unos días me he enterado que en un lejano tiempo de mi vida fui un “concebido”. Me lo dijo Gallardón. Y, como no comprendía muy bien el significado de tan llamativa palabra me di un paseo hasta la RAE. Allí, entre montañas de libros sobre filología que jamás había visto, tras la consulta realizada por el correspondiente experto, me dijeron que lo sentían mucho; que de ese término noticias no tenían. Que el único vocablo del que disponían era “concebir”; un verbo procedente del latín concipère, cuyo significado, entre otras acepciones, es: “Quedar preñada la hembra”.Y así, sin más, me despacharon…
Un tanto frustrado por el escaso rendimiento de mi esfuerzo, me fui a ver a Doña María Moliner, la brillante bibliotecónoma, filóloga y lexicógrafa española. Le expuse la ignorancia que de la citada voz tenía y le solicité que, con su sabiduría, me rescatase de las tinieblas de mi analfabetismo. Se retocó levemente su canosa y bien cuidada cabellera y tras una breve pausa, lacónicamente me dijo: “Sobre la misma, no recojo ni poseo resultado alguno; lo siento”.

No obstante, no me di por vencido; ya que, siendo por naturaleza testarudo, me acordé del políglota Julio Casares que siempre en sus clases nos hablaba de la ideología de la lengua y a por él me fui con el ánimo henchido. Se puso a rebuscar entre los neologismos, tecnicismos y cientifismos y… no sé cuantos ismos más. Y otra vez la decepción quedó conmigo.

Un tanto abatido, comencé a caminar por las fantasmales calles de mi extravío. Iba sin luz, sin sol, sin dar sentido a la evocación de “concebido”; cuando, ante mis ojos, apareció con su diáfana refulgencia, un bello edificio: Instituto Cervantes. Entré en él, subí al segundo piso y allí, en una sala repleta de libros, un amable profesor, me soltó: “concebido” es un participio, amigo mío. Es decir, una de las tres formas no personales del verbo concebir, porque carece de desinencias personales. Además, ese participio, puede funcionar como adjetivo sin perder su naturaleza verbal.


Adempero, otrosí, le digo, que tal y como usted me formula su pregunta, creo que el Sr. Ministro, se refiere a un término jurídico; así que le sugiero se acerque usted a la Plaza de la Villa de París, en la que se encuentra el Convento de las Salesas Reales, sede del Tribunal Supremo. Pregunte usted ahí y seguro que le ofrecen la respuesta apropiada al término citado.

Le di las gracias. Dejé ese hermoso edificio. Y unos minutos más tarde, me encontraba frente al Tribunal Supremo. Al entrar me pidieron mi carné de identidad. Me cachearon, pues tenían el arco estropeado, y luego, acompañado por un guardia civil, me llevaron por largos y magníficos pasillos todos ellos alfombrados. Tras subir un par de escaleras y meternos por un recoveco, nos topamos con una puerta tallada en cuyo pulcro letrero se leía: Sala de Audiencias del Tribunal Supremo. Llamó y tras escuchar la mágica palabra: “pase”, nos adentramos en ella. Se despidió el guardia y allí me quedé, frente a frente, a un señor mayor, de imponente aspecto, que con su toga me hacía tenerle un gran respeto. Usted me dirá, me soltó de sopetón. Le expliqué el caso que tanto tormento había proporcionado a mi psique a este se momento. Y soltando una sonora carcajada, me reveló: ¡hombre de Dios!, si es muy sencillo. Verá…, “concebido” es, efectivamente, un término jurídico. Se acercó hasta un anaquel que había a su izquierda. Se caló las gafas. Extrajo un libro y con la pulcra dicción de sus muchos años de servicio, leyó. “concebido”: “Dícese del óvulo fecundado de la mujer. El ser humano desde la concepción al aborto, nacimiento o muerte de la embarazada. Al concepto – siguió diciendo -, agrega don Luis Alcalá-Zamora que en el Derecho, y para lo favorable, el concebido se tiene por nacido, siempre que nazca con vida, y, además, en algunas legislaciones censuradas, sea viable o lo demuestre con la mínima supervivencia de 24 horas”.

Tras la docta explicación, – me dije para mi mismo –, ¡suerte tuve! al permitirme mi madre, que para salir llamara a la puerta de su útero; en el que estaba retenido.

Al fin me quedé tranquilo….

P.S. Es doctrina jurídica que las urnas dan legitimidad a los políticos, pero no razón y, además, no todo lo legal, es legítimo. Ser Ministro no cambia a los hombres; solamente les quita la máscara. Ahora entiendo a Gallardón ¡Uf!, qué alivio…

1 comentario:

  1. Debemos esforzarnos a través de iniciativas sociales populares en cambiar el marco jurídico solo así, conseguiremos aproximar la legalidad con la legitimidad. Es de justicia!

    ResponderEliminar

Gracias por tus comentarios.