lunes, 3 de diciembre de 2018

Lenguas y tolerancia



Sabido es que países con varios idiomas oficiales reconocidos, véase Suiza, Bélgica o Luxemburgo, por citar algunos ejemplos, la educación y tolerancia elevan a dichos países a altas cotas de civismo. Pues bien, en nuestro país, público es que el Gobierno de Baleares, en la época del Sr. Bauzá del PP en el 2012, retiró la exigencia del conocimiento de la lengua catalana como requisito imprescindible, para ser empleado público en la citada Comunidad Autónoma y, así mismo, abandonó el instituto Ramon Llull que compartía con la Generalitat de Cataluña, para la promoción exterior de la lengua y cultura catalanas, diluyendo, de esta forma y en consecuencia, el peso de la lengua autóctona en los centros educativos y en el ámbito académico y de la traducción de literatura y obras de pensamiento escritas en catalán.

En este contexto, desde mi punto de vista, el problema podría ser resuelto si en el sistema educativo español fuera materia obligada el conocimiento de una de las lenguas reconocidas en la Constitución. En este sentido, creo poder asegurar que, de hacerse efectiva dicha norma, las generaciones futuras serían más abiertas y tolerantes ante otras formas de comunicación y pensamiento de los diversos ciudadanos que somos integrantes del Estado y compartimos su territorio y, a la vez, no se darían los casos actuales de intolerancia lingüística que se observan a diario.

Entiendo que, en este mundo de la globalización, alcanzar un alto grado de civismo que la mayoría de los ciudadanos ha recibido y recibe, muchos transmiten y pocos tienen, por medio de la enseñanza del pluralismo lingüístico, sería la mejor forma para comprender el significado de la tolerancia, el consenso, el disenso y hasta el conflicto.

Quizá convendría no olvidar lo que ese anónimo ciudadano un lejano día nos dejó dicho: “Tolerancia es esa sensación molesta de que al final el otro pudiera tener razón.”



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